55 Escalones
55 eran los escalones que debía subir Manuel, mi abuelo, para llegar a su vivienda. Lo sabía bastante
bien pues diariamente los contaba al ascenderlos. Era extenuante.
Manuel rondaba los 90 años, varias operaciones a sus espaldas
incluida cadera y ya no podía andar bien sin la ayuda de su muleta.
Su único contacto con la realidad cotidiana era su duro paseo diario a casa de su hermana.
Pero la mayor aventura no era el camino en sí, sino subir esas malditas
escaleras todos los días.
Manuel compró aquel piso en su pueblo cuando rondaba la
treintena. Muy ilusionado en aquel momento, siguió las obras como niño que
ahorra dinero para comprarse su primer juguete. Allí pasó muchísimos buenos
ratos. En él, crió a sus hijos y nietos, en él celebró navidades, cumpleaños… y
gran parte de los mejores momentos de su vida gozaban de aquel piso como
escenario.
El pisito era sencillo, no bien distribuido pero moderno para
aquellos tiempos estéticamente hablando. De grandes habitaciones pero sin
grandes vistas. Bien situado en su época, eso sí, y de los primeros que se
construyeron. Antes todo eran casas.
Pero lo que nunca se imaginaría, es que vivir en un tercero
sin ascensor fuera una de sus peores pesadillas sesenta años después.
Manuel y María, su esposa, se complementaban en su día a día
bastante bien. Manuel cuando joven era quien traía los víveres a casa, ahora que ya no podía, los roles se intercambiaron
y lo hacía ella.
La relación con los vecinos era cortes, pero fría. No podía
olvidar que en todas las reuniones de comunidad celebradas anualmente, los
vecinos se negaban siempre en contribuir en la construcción de un ascensor o
salvaescaleras, aun contando con ayudas de estamentos públicos, y a Manuel, no
le gustaba meterse en pleitos para exigir posibles derechos.
Les hubiera gustado pasar el resto de sus días en aquella su
casa, pero dada la situación, pasaban largas temporadas con sus hijos en la
capital, cosa que les agradaba por la compañía, pero sabemos que “como en casa
no se está en ningún sitio”.
Habían pasado varios años, (y operaciones varias) desde que
la pareja no pisaba su piso. Evidentemente ellos solos allí ya no podían estar.
Una mañana, sonó el teléfono. Una voz ronca y familiar les
anunciaba que su hermana, aquella hermana a la que Manuel visitaba diariamente
cuando vivía en el pueblo había muerto.
Evidentemente Manuel quiso ir al entierro y yo como nieto me
ofrecí a llevarlo en mi coche. A la llegada, antes de pasar por cualquier lugar,
Manuel quiso subir a su casa para recoger cuatro cosas, seguramente quería ver
su piso después de años sin pisarlo.
Lo ayudé a subir con paciencia. Tardamos bastante en subir
aquellos 55 escalones. Él no se quejó, aunque su respiración era bastante sufrida.
Empezó a hablar –“Cuando nos vinimos a vivir aquí, tu abuelita y yo elevamos
sueños. De no tener nada, construimos nuestro nido. ¿Has visto que cómodos son
estos escalones?”.
Un Chat Andalou
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