EL OTRO DIAMANTE
GRANADINO
No hay en Granada ninguna persona
que reniegue de su Vega. Todo el mundo tiene una imagen idílica de ella, pero
suele quedarse en ello.
Si hiciéramos una encuesta de
cuanta gente la conoce bien, disfruta de ella o incluso vive de ella, el número
resultaría escasísimo. Y es que nos limitamos a verla desde el coche mientras
entramos o salimos de la ciudad, y el que tiene más suerte desde el balcón de
su casa.
La Vega, no la vivimos, eso está
claro. Y quizá parte de culpa de ello la tenga la circunvalación. (algunos
técnicos abogaban por enterrarla en su realización)
Recuerdo cuando de niño
cruzábamos Cañaveral para jugar en ella. Hoy en día nuestra autovía resulta una
barrera infranqueable tanto física como psicológica, que hace que la ciudad le dé
la espalda.
Pero quizá esta “barrera” nos
haya dado varias cosas buenas, y una de ellas haya sido acotar el crecimiento
de Granada hacia el lado “verde”.
Este “barrera” ha funcionado en
la ciudad peor no así en los pueblos circundantes, los cuales han crecido
desmesuradamente olvidando su antigua vocación agraria.
¿Pero, podemos seguir así si
queremos mantenerla? Todos sabemos que no, aunque nadie haga nada.
Debemos dotarla de nuevos usos
para regenerarla y hacer que la ciudad vuelva otra vez su mirada a ella tras
años de darle la espalda, al igual que Barcelona volvió a mirar al mar, con
ciertas obras de “cirugía urbana” en la época de las Olimpiadas.
Debemos dotarla de nuevos usos
para regenerarla, pero no solo hablo de la parte vegetal, sino también de la
construida, ya que existe gran patrimonio agrícola e industrial en ella.
Si analizamos la parte vegetal,
vemos que el tabaco, uno de los cultivos predominantes hasta hace poco, se va
perdiendo desde el cierre de Cetarsa. El tabaco tuvo su época, al igual que las
moreras la tuvieron en la granada islámica, por lo que la historia nos está
retando a encontrar cultivos productivos, y quizá nos insta a buscar la
excelencia que es lo que la gente pide.
La moda de los cultivos
ecológicos está en auge, y nuestro suelo tan productivo y rico en agua lo puede
dar, al contrario que algunas provincias limítrofes que hacen gala de
“artificios para ello”.
Este tipo de cultivo es un “campo
de abono” para la creación de empleo si se tomaran medidas, y podría regenerar
en cierta medida nuestra maltrecha economía.
Pero del patrimonio construido
tampoco podemos olvidarnos. Ejemplo de ello es lo que le está pasando a
nuestros Secaderos de Tabaco. Este símbolo de la riqueza agrícola de antaño tan
característica de la zona, se va perdiendo año tras año por la desidia y el
paso del tiempo, ya que el tiempo va haciendo mella en su arquitectura
simplista.
Debemos revitalizar este antiguo
símbolo de la cultura agraria de alguna manera. No entiendo como instituciones
como Cultura se están olvidando de ellos. Se deberían catalogar e instar a su
conservación y mantenimiento para el disfrute social, dándole algún tipo de
uso, al igual que con las Azucareras de Santa Fe y San Isidro.
Lo más gracioso de todo es que
tenemos otro gran diamante en bruto ante nuestros ojos, y no sabemos pulirlo.
Arq. Saul
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